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«Дуэль» на испанском языке

Un duelo

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✒ Автор
📖 Страниц8
⏰ Время чтения 20 минут
💡 Опубликовано1883
🌏 Язык оригинала Французский
📌 Тип Рассказ

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Un duelo: читать книгу на испанском

La guerra había acabado; los alemanes ocupaban Francia; el país palpitaba como un luchador vencido caído a los pies del vencedor.
De un París desquiciado, hambriento, desesperado, salían los primeros trenes que iban a las nuevas fronteras, atravesando con lentitud campos y ciudades. Los primeros viajeros miraban por las portezuelas las llanuras devastadas y los caseríos incendiados. Ante las puertas de las casas que seguían en pie, soldados prusianos, con el casco negro con punta de cobre, fumaban en pipa, a horcajadas en unas sillas. Otros trabajaban o charlaban como si formasen parte de las familias. Cuando se pasaba por una ciudad, se veían regimientos enteros maniobrando en las plazas, y, pese al traqueteo de las ruedas, llegaban a veces roncas voces de mando.
El señor Dubuis, que había pertenecido a la Guardia Nacional de París durante todo el asedio, iba a reunirse en Suiza con su mujer y su hija, enviadas prudentemente al extranjero antes de la invasión. El hambre y las fatigas no habían disminuido su abultado vientre de comerciante rico y pacífico. Había soportado los terribles acontecimientos con una desolada resignación y con amargas frases sobre el salvajismo de los hombres. Ahora que se dirigía a la frontera, acabada la guerra, veía por primera vez a los prusianos, aunque había cumplido su deber en las murallas y montado muchas guardias en las noches frías. Miraba con irritado terror a aquellos hombres armados y barbudos instalados como en casa propia en la tierra de Francia, y sentía en el alma una especie de fiebre de impotente patriotismo al mismo tiempo que esa gran necesidad, que ese nuevo instinto de prudencia que ya no nos ha abandonado.
En su departamento, dos ingleses, llegados para ver, miraban con ojos tranquilos y curiosos. También ellos dos eran gruesos y charlaban en su lengua, hojeando a veces su guía, que leían en alta voz tratando de reconocer los lugares indicados.
De repente el tren se detuvo en la estación de un pueblecito, y subió un oficial prusiano con gran ruido de sable en el doble estribo del vagón. Era alto, embutido en su uniforme y con barba hasta los ojos. Su cabello rojo parecía llamear, y sus largos bigotes, más pálidos, se lanzaban hacia los dos lados del rostro, cortándolo en dos.
Los ingleses se pusieron al punto a contemplarlo con sonrisas de curiosidad satisfecha, mientras el señor Dubuis fingía leer un periódico. Se mantenía acurrucado en su rincón, como un ladrón ante un guardia. El tren volvió a ponerse en movimiento. Los ingleses seguían charlando, buscando el lugar preciso de las batallas; y de pronto, cuando uno de ellos extendía el brazo hacia el horizonte señalando un pueblo, el oficial prusiano pronunció en francés, estirando sus largas piernas y arrellanándose en su asiento: — Cho maté toce franceces en eze bueblo. Cho cogí máz te cien brisioneros.
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