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«Золотой горшок» на испанском языке

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El puchero de oro: читать книгу на испанском

PRIMERA VELADALA.

DESGRACIA DEL ESTUDIANTE ANSELMO. — DE LA PIPA DEL PASANTE PAULMANN Y LAS SERPIENTES VERDES
El día de la Ascensión, a las tres, penetraba un joven en la ciudad de Dresde por la Puerta Negra, metiéndose, sin advertirlo, en un cesto de manzanas y de bollos que vendía una vieja, de modo que toda la mercancía salió rodando y los chiquillos de la calle se apresuraron a apoderarse del botín que tan generosamente les proporcionan aquel señor. Ante el griterío que armó la vieja abandona ron las comadres sus puestos de bollos y aguardiente, rodearon al joven y lo llenaron de soeces insultos; tanto, que el infeliz, mudo de vergüenza y de susto, sólo pensó en entregar su no muy bien provisto bolsillo a la vieja, que lo cogió ávidamente, haciéndote desaparecer. Entonces abrióse el círculo; pero cuando el joven salió huyendo, la vieja le gritó: “ corre . ., hijo de Satanás, que pronto te verás preso entre cristales!...» La voz chillona y agria de la mujer tenía algo de horrible; los paseantes quedáronse parados en silencio y la risa de todos desapareció. El estudiante Anselmo — que éste era nuestro joven — sintióse, aun que no comprendía el sentido de las palabras de la vieja, sobrecogido por un involuntario estremecimiento, y apresuró más y más el paso para escapar a la curiosidad de las gentes. Conforme se abría camino entre la multitud oía murmurar: “ muchacho!... ¡La maldita vieja…!
Las enigmáticas palabras de la vieja dieron a la risible aventura un sentido extrañamente trágico, y todo el mundo se fijó en el hasta aquel momento desconocido joven. Las doncellas comentaban su rostro simpático, cuya expresión realzaba el rubor de la irritación interior, y la estatura extraordinaria del individuo, desgalichado y vestido con descuido. Su levita gris estaba tan mal cortada como si el sastre que la hiciera no tuviese ni la más remota idea de la moda moderna, y sus pantalones, de satén negro, dábanle cierto estilo magistral, del que no eran parte a librar le su prestancia y apostura. Cuando el estudiante hubo llegado al extremo de la avenida que conduce a los baños de Linke casi le faltaba el resuello. Necesitaba acortar el paso; pero apenas levantaba la vista del suelo veía los bollos y las manzanas, y las miradas amables de las muchachas que encontraba parecíanle el reflejo de las risas de la Puerta Negra. Llegó a la puerta de los Baños; una fila de caballeros bien vestidos penetraba en ellos Oíanse en el interior los ecos de una música de viento y el bullicio de la multitud hacíase cada vez mayor. Las lágrimas acudieron a los ojos del pobre estudiante Anselmo, pues además de que la Ascensión siempre fue para él una fiesta de familia, hubiera deseado penetrar en el paraíso de Linke para tomar una taza de café con ron y una botella de cerveza, y aun le habría sobrado dinero. Pero el maldito tropezón con el cesto de manzanas costóle todo lo que llevaba consigo. No había que pensar en el café, ni en la cerveza, ni en la música, ni en la contemplación de las muchachas bonitas. . . Pasó de largo por la puerta de los Baños, y por fin fue a refugiarse en el paseo a orillas del Elba, que estaba solitario. Bajo un saúco que sobresalía de una tapia halló una sombra amable; sentóse tranquilamente sacó una pipa que le regalara su amigo el pasante Paulmann. Ante su vista jugueteaban las ondas doradas del Elba, detrás de las cuales levantábanse las torres esbeltas de Dresde en el fondo polvoriento del cielo, que cubría las ver des praderas floridas y los verdes bosques: y en profunda obscuridad erguíanse las dentadas montañas, nuncios del país de Bohemia. Mirando fijamente ante sí, el estudiante Anselmo sopló en el aire las nubes de humo, y su mal humor expresóse en alta voz diciendo: “ verdad es que he nacido con mal sino! Que no haya sido nunca el niño de la suerte , que jamás acierte a pares o nones, que si se me cae el pan con manteca siempre sea del lado de la grasa, de estas penas no quiero hablar; pero ¿no es un hado funesto que cuando me he decidido a ser estudiante tenga que ser siempre un desdichado sostenido por mis padres? Si estreno un traje, es seguro que el primer día me caerá una mancha o me engancharé en el primer clavo con que tropiece. Si saludo a una dama o a un consejero, no será sin que se me caiga el sombrero o resbale en el suelo y me dé un golpe, provocando la risa de los presentes. ¿He llegado al colegio alguna vez a tiempo? ¿De qué me ha servido salir de casa con media hora de anticipación y colocarme delante de la puerta, con el libro en la mano, pensando penetrar al primer toque de campana, si el demonio me dejaba caer sobre la cabeza una jofaina o me ha cía atropellar por uno que salía, metiéndome en un laberinto y echándo lo todo a perder? Ay!.. ¡ay! ¿Dónde estáis, sueños de felicidad, que yo. orgulloso, pensaba podían conducir me a secretario particular? Mi mala estrella me ha indispuesto con mis más valiosos protectores. Yo sé que el consejero íntimo al que vengo recomendado no puede aguantar, los cabellos recortados; con gran trabajo colocó el peluquero una coleta en mi coronilla, pero a la primera reverencia se me cayó el adorno desdichado, y un perrillo juguetón que caracoleaba en derredor mío lo llevó muy contento a su amo. Asustado, me eché encima de él sobre la mesa de trabajo en que estaba almorzando el consejero, di al traste con las tazas, los platos, el tintero..., la salvadera, que se rompieron, ensuciando los papeles de tinta y de chocolate. “¡Es usted el demonio!’, exclamó furioso el consejero, y me arrojó de su presencia. ¿De qué me sirve que el pasante Paulmann me haya ofrecido una plaza de escribiente si mi mala sombra me sigue a todas partes? Lo mismo que hoy... Quería yo celebrar el día de la Ascensión en debida forma. Hubiera podido, como los demás mortales, entrar en los Baños y gritar: “Una botella de cerveza... de la mejor” Podía haber permanecido allí dentro hasta mas tarde, rodeado de muchachas bonitas y elegantes. Estoy seguro de que el alma me habría vuelto al cuerpo, que hubiera sido otro hombre, y hasta si me hubieran preguntado “¿Es muy tarde?” o “¿tocan?”, habríame levantado ligero, sin tirar el vaso ni el banco, y adelantándome unos pasos hubiera dicho: “Esta es la obertura de Donauweibchen” , o “Acaban de dar las seis”. ¿Podía alguien haberlo tomado a mal? No; me parece a mí; las muchachas me hubieran mirado riendo burlonas, como suelen hacer, si se me hubiese ocurrido demostrar que yo también en tendía algo de la vida del mundo y sabía conducirme con las damas. Pero el demonio me lanzo contra el maldito cesto de manzanas, y ahora tengo que habérmelas en la soledad con mi pipa.”
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