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«El Maestro y Margarita»

✒ Autor
📖 Paginas496
⏰ Tiempo de leer 23 horas
💡 Fecha de publicación1967
🌏 Idioma original Ruso
📌 Tipo Novela
📌 Géneros Drama, romántica, Mística, Sátira, ironía, Fantástica, Filosófica
📌 Secciones Novela romántica , Novela mística , Novela filosófica

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Libro Primero

Capítulo 1. No hable nunca con desconocidos

—Aún así, dime quién eres.
—Una parte de aquella fuerza
que siempre quiere el mal y que
siempre practica el bien.
GOETHE, Fausto
Ala hora de más calor de una puesta de sol primaveral en «Los Estanques del Patriarca»
aparecieron dos ciudadanos. El primero, de unos cuarenta años, vestido con un traje gris de verano, era pequeño, moreno, bien alimentado y calvo. Tenía en la mano un sombrero aceptable en forma de bollo, y decoraban su cara, cuidadosamente afeitada, un par de gafas extraordinariamente grandes, de montura de concha negra. El otro, un joven ancho de hombros, algo pelirrojo y desgreñado, con una gorra de cuadros echada hacia atrás, vestía camisa de cow-boy, un pantalón blanco arrugado como un higo y alpargatas negras. El primero era nada menos que Mijaíl Alexándrovich Berlioz *1, redactor de una voluminosa revista literaria y presidente de la dirección de una de las más importantes asociaciones moscovitas de literatos, que llevaba el nombre compuesto de MASSOLIT *2; y el joven que le acompañaba era el poeta Iván Nikoláyevich Ponirev, que escribía con el seudónimo de Desamparado.
Al llegar a la sombra de unos tilos apenas verdes, los escritores se lanzaron hacia una caseta llamativamente pintada donde se leía: «Cervezas y refrescos».
Ah, sí, es preciso señalar la primera particularidad de esta siniestra tarde de mayo. No había un alma junto a la caseta, ni en todo el bulevar, paralelo a la Málaya Brónnaya. A esa hora, cuando parecía que no había fuerzas ni para respirar, cuando el sol, después de haber caldeado Moscú, se derrumbaba en un vaho seco detrás de la Sadóvaya, nadie pasaba bajo los tilos, nadie se sentaba en un banco: el bulevar estaba desierto.
—Agua mineral, por favor —pidió Berlioz.
—No tengo —dijo la mujer de la caseta como ofendida.
—¿Tiene cerveza? —inquirió Desamparado con voz ronca.
—La traen para la noche —contestó la mujer.
—¿Qué tiene? —preguntó Berlioz.
—Refresco de albaricoque. Pero no está frío —dijo ella.
—Bueno, sírvalo como esté.
El sucedáneo de albaricoque formó abundante espuma amarilla y el aire empezó a oler a peluquería.
Después de refrescarse, a los literatos les dio hipo. Pagaron y se sentaron en un banco mirando hacia el estanque, de espaldas a la Brónnaya.
En este momento ocurrió la segunda particularidad, que concernía exclusivamente a Berlioz. De pronto se le cortó el hipo; le dio un vuelco el corazón, que por un instante pareció hundírsele; sintió que volvía luego, pero como si le hubieran clavado en él una aguja, y a Berlioz le entró un pánico tal que hubiese echado a correr para desaparecer rápidamente de «Los Estanques».
Miró alrededor con desazón sin comprender qué era lo que le había asustado. Palideció y se enjugó la frente con el pañuelo. «Pero, ¿qué es esto? —pensó—. Nunca me había pasado nada igual. Será el corazón que me falla... Estoy agotado..., ya es hora de mandar todo a paseo... y a Kislovodsk...»
Y entonces el aire abrasador se espesó ante sus ojos, y como del aire mismo surgió un ciudadano transparente y rarísimo. Se cubría la pequeña cabeza con una gorrita de jockey y llevaba una ridícula chaqueta a cuadros. También de aire... El ciudadano era largo, increíblemente delgado, estrecho de hombros y con una pinta, si me permiten, bastante burlesca.
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