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«La Devoción de un amigo»

✒ Autor
📖 Paginas15
⏰ Tiempo de leer 45 minutos
💡 Fecha de publicación1888
🌏 Idioma original Inglés
📌 Tipos Novela , Cuento de hadas
📌 Géneros Literatura infantil, Sátira, ironía, Social, parábola
📌 Sección Novela social

Leer el libro

Cierta mañana, el viejo Rata de Agua asomó la cabeza por el agujero de su cueva.
Tenía ojos que brillaban como cuentas, rígidas barbas grises, y su cola parecía un trozo de tubo de caucho.
Los patitos estaban nadando en la charca, semejando una bandada de canarios amarillos, y su madre, con su plumaje del más puro blanco, rojo vivo las patas, les estaba enseñando cómo mantenerse en el agua cabeza abajo.
—No serán nunca aceptados por la alta sociedad a menos que sepan mantenerse cabeza abajo —les repetía mamá Pata; y de vez en cuando demostraba cómo hacerlo.
Pero los patitos no le prestaban atención alguna.
Eran tan jovencitos que desconocían las ventajas que reporta actuar en cualquier clase de vida social.
—¡Qué chicos tan desobedientes! -exclamó el viejo Rata de Agua—. ¡Merecerían que se les ahogara!
—¡Nada de eso! -respondió la Pata—. Todo requiere un comienzo, y nunca podrá ser suficiente la paciencia de los padres.
—-¡Ah! Desconozco en absoluto los sentimientos paternales —-dijo Rata de Agua—. No soy hombre de hogar.
La verdad es que nunca me casé, ni idea tengo de hacerlo.
El Amor, a su manera, tiene su lado bueno. Pero la amistad vale más.
Sin lugar a dudas, nada existe en el mundo que sea más noble o tan poco común como una amistad fiel.
—-¿Y cuál es, si se puede saber, tu idea sobre los deberes de un amigo fiel? -preguntó un jilguero verde que estaba posado en un sauce, y que oyó la conversación.
—-Sí, eso es exactamente lo que yo quisiera saber —-dijo la Pata; y se alejó nadando hacia un extremo de la charca, adonde se mantuvo cabeza abajo, a fin de dar a sus hijos un buen ejemplo.
—¡Qué pregunta tan tonta! -exclamó Rata de Agua—.
Naturalmente, un amigo fiel debe estar siempre a mi disposición.
—¿Y qué harías tú para corresponder a esa amistad! -preguntó el pajarillo, mientras batía sus pequeñas alas balanceándose en una ramita plateada.
—No entiendo la pregunta —respondió Rata de Agua.
—Permíteme que te cuente un cuento sobre este tema —dijo el Jilguero.
—Y ese cuento, ¿se refiere a mí! -interrogó Rata de Agua—.
Si es así, lo escucharé, porque soy muy aficionado a los cuentos.
—Puede ser aplicado a ti —respondió el Jilguero. Y echando a volar, descendió en la orilla de la charca, empezando a relatar el cuento del Amigo Fiel.
—Había una vez —dijo el Jilguero- un honrado hombrecillo que se llamaba Hans.
—¿Era muy distinguido! -preguntó Rata de Agua.
—No —respondió el Jilguero—, no creo que fuera distinguido en modo alguno, excepto por su corazón bondadoso, y por su cara redonda, que al mismo tiempo era cómica y amable.
Vivía solo en una pequeña casita, y todos los días trabajaba en su jardín.
No había en toda la comarca un jardín tan precioso como el suyo.
Crecían en él claveles, alhelíes, capselas, saxífragas, así como rosas de Damasco y rosas amarillas, azafranes lila y oro, violetas púrpura y violetas blancas.
Y según los meses, y por su orden, florecían agavanzos y carda minas, mejoranas y albahacas silvestres, velloritas e íris de Alemania, asfodelos y claveros. Y así que pasaban los meses, en la época adecuada, una flor sucedía a la otra de modo que el jardín lucía siempre bonito y llenaba el aire de perfumes.
El pequeño Hans tenía muchísimos amigos, pero el más devoto de todos era el corpulento Hugo el Molinero.
Tanta devoción demostraba el rico Molinero al pequeño Hans, que nunca pasaba cerca de su jardín sin inclinarse sobre el cerco para ir arrancando flores hasta formar un gran ramo, o llevarse una buena cantidad de hierbas aromáticas, o llenarse los bolsillos con ciruelas o frutillas, según la estación.
—Los verdaderos amigos deben compartirlo todo —solía decir el Molinero, y el pequeño Hans asentía, sonriente, sintiéndose muy orgulloso de tener un amigo con ideas tan nobles.
La verdad era que, a veces, los vecinos pensaban que resultaba un tanto extraño que el opulento Molinero no retribuyera con algo al pequeño Hans, ya que tenía cien bolsas de harina almacenadas, y seis vacas lecheras, y una gran.
majada de ovejas, pero Hans nunca se preocupaba por cosas como éstas, y nada le causaba mayor placer que oír las maravillas que el Molinero solía decir sobre las ventajas de una verdadera y desinteresada amistad.
Y así, el pequeño Hans trabajaba sin descanso en su jardín.
Durante la primavera, el verano y el otoño era muy feliz, pero cuando llegaba el invierno y no tenía flores ni frutas para llevar al mercado, sufría mucho de frío y de hambre, y a menudo tenía que irse a la cama sin otra cena que unas cuantas frutas secas o algunas duras nueces.
En el invierno también se sentía muy solo, pues el Molinero no iba nunca a visitarlo.
—De nada sirve que vaya a visitar al pequeño Hans mientras duren las nevadas —solía decir el Molinero a su mujer—, pues cuando alguien está en dificultades debe dejársele solo y no molestarlo con visitas.
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