«Los ochavos robados»
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✒ Autor | Hermanos Grimm |
📖 Paginas | 1 |
⏰ Tiempo de leer | 10 minutos |
💡 Fecha de publicación | 1812 |
🌏 Idioma original | Alemán |
📌 Tipos | Cuento de hadas , Cuento de hadas |
📌 Géneros | Literatura infantil, parábola |
Traducciones
Leer el libro
Hallábase un hombre comiendo con su esposa e hijos cuando se presentó un buen amigo y lo invitaron a su mesa. Al dar las doce vio el forastero que se abría la puerta y entraba un niño de poca edad, muy pálido y vestido de blanco. La criatura, sin mirarlos ni dirigirles la palabra, encaminóse a un aposento contiguo, del cual volvió a salir al poco rato, tan silenciosamente como había entrado. El segundo y tercer días repitióse la misma escena, hasta que el forastero se decidió a preguntar al padre de quién era aquel niño que cada mediodía entraba en la habitación.
- No he visto nada - respondió el hombre -, y tampoco sabría decir quién es.
Cuando volvió a entrar al día siguiente, el forastero señaló con el dedo, pero nadie vio nada. Entonces el hombre se acercó a la puerta del cuarto, la entreabrió y echó una mirada al interior. Vio al niño sentado en el suelo y escarbando febrilmente con los dedos entre las junturas de los ladrillos; pero al ver que el forastero lo miraba, desapareció. Explicó entonces éste a la familia lo que acababa de presenciar, describiendo al niño con toda precisión. Reconociólo la madre por las señas y exclamó: - ¡Ay, es mi pobre hijito, que murió hace cuatro semanas!
Levantaron los ladrillos y encontraron entre ellos dos ochavos, que un día entregó la madre al pequeño para que los diese a un mendigo. Mas él pensó: "Me compraré un bizcocho," y se los guardó, escondiéndolos en una rendija entre dos ladrillos. Y he aquí que ahora no tenía paz en su tumba, y por eso cada mediodía iba a su casa en busca de los ochavos. Los padres dieron las monedas a un pobre, y el niño ya no se presentó más.
- No he visto nada - respondió el hombre -, y tampoco sabría decir quién es.
Cuando volvió a entrar al día siguiente, el forastero señaló con el dedo, pero nadie vio nada. Entonces el hombre se acercó a la puerta del cuarto, la entreabrió y echó una mirada al interior. Vio al niño sentado en el suelo y escarbando febrilmente con los dedos entre las junturas de los ladrillos; pero al ver que el forastero lo miraba, desapareció. Explicó entonces éste a la familia lo que acababa de presenciar, describiendo al niño con toda precisión. Reconociólo la madre por las señas y exclamó: - ¡Ay, es mi pobre hijito, que murió hace cuatro semanas!
Levantaron los ladrillos y encontraron entre ellos dos ochavos, que un día entregó la madre al pequeño para que los diese a un mendigo. Mas él pensó: "Me compraré un bizcocho," y se los guardó, escondiéndolos en una rendija entre dos ladrillos. Y he aquí que ahora no tenía paz en su tumba, y por eso cada mediodía iba a su casa en busca de los ochavos. Los padres dieron las monedas a un pobre, y el niño ya no se presentó más.
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