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«Martin Eden»

✒ Autor
📖 Paginas543
⏰ Tiempo de leer 21 horas 30 minutos
💡 Fecha de publicación1909
🌏 Idioma original Inglés
📌 Tipo Novela
📌 Géneros Drama, Psicológica, Realismo, Social, Filosófica
📌 Secciones Novela psicológica , Novela realista , Novela social , Novela filosófica

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CAPÍTULO PRIMERO

Uno de ellos abrió la puerta con un llavín y entró, seguido por un hombre joven, que, torpemente, se quitó la gorra. Este último, vestía ropas mal cortadas, que delataban al marino, y, a todas luces, se sentía desplazado en la amplia sala en la que acababa de entrar. No sabía qué hacer con la gorra e iba a guardársela en el bolsillo del abrigo, cuando el otro se la quitó. Lo hizo con mucha naturalidad, cosa que apreció el joven. «Lo comprende — se dijo — . Quiere ayudarme.»
Se pegó a los talones de su compañero, balanceando los hombros y con las piernas muy abiertas, igual que si el piso se agitara a los impulsos del mar. LAS amplias salas le parecían pequeñas para su modo de andar y temía que sus anchas espaldas chocaran con las jambas de las puertas o derribasen los jarritos que adornaban las mesas. Iba de un extremo a otro, aumentando así los peligros que sólo estaban en su imaginación. Entre un piano de cola y una mesita, atestada de libros, quedaba suficiente espacio para que pasaran, por lo menos, doce personas, pero él los esquivó con inquietud. Sus robustos brazos le colgaban inertes a los lados. No sabía qué hacer con ellos ni con las manos y, cuando temió que el derecho derribase los libros, lo apartó con tal presteza que estuvo a punto de golpear el taburete del piano. Contempló la manera descuidada como andaba el otro y, por primera vez, se dio cuenta de que él lo hacía distinto a todo el mundo. Sintió una momentánea punzada de vergüenza por no ser como los demás. Le brotaron diminutas gotas de sudor en la frente y se detuvo, para secarse el bronceado rostro con un pañuelo.
— Un momento, Arthur, muchacho — dijo, intentando disimular su ansiedad con un tono de bravuconería — . Esto es demasiado para tu seguro servidor. Deja que recobre el ánimo. Sabes muy bien que no quería venir y me huelo que tu familia tampoco se muere de ganas de verme.
— No te preocupes — fue la tranquilizadora respuesta — . No hay que tenernos miedo. Somos gente sencilla. Mira, una carta para mí.
Arthur se dirigió a la mesa, abrió el sobre y comenzó a leer, dando así ocasión al otro de que se repusiera. Y éste, comprendiéndolo, se lo agradeció. Tenía una percepción vivísima y apreciaba a la gente. Pese a su nerviosismo, tal sentimiento comenzaba a despertarse. Se secó la frente y miró en torno suyo con expresión serena, aunque en sus pupilas brillase una semejante a la de las fieras cuando se sienten acorraladas. Se encontraba al borde de lo desconocido, inquieto por lo que pudiera ocurrir, sin saber qué hacer, consciente de que se comportaba con torpeza y temeroso de que todas sus cualidades y toda su vitalidad quedasen anuladas. Era muy sensible y extraordinariamente puntilloso y le alcanzó de lleno la divertida mirada que su compañero le dirigió por encima de la carta. Pero no demostró haberlo descubierto, ya que, entre otras varias cosas, había aprendido a dominarse. Además, le hería en su orgullo. Se maldijo por haber acudido, pero, al mismo tiempo, decidió que, pasara lo que pasara, puesto que estaba allí, iba a llegar hasta el final. Se endurecieron los rasgos de su semblante y en sus pupilas se encendió una luz de agresividad. Miró a su alrededor, mucho más tranquilo, con suma atención y registrando en la mente cada detalle. Tenía los ojos algo separados y nada se les escapaba dentro de su campo visual; conforme se recreaban en cuanto veían, la luz de agresividad fue desapareciendo, para ser sustituida por una mirada de aprobación. Sabía apreciar la belleza y, en aquel lugar, había suficientes motivos.
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