«Los hijos del capitån Grant»
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â Autor | Julio Verne |
đ Paginas | 873 |
â° Tiempo de leer | 28 horas 45 minutos |
đĄ Fecha de publicaciĂłn | 1867 |
đ Idioma original | FrancĂ©s |
đ Tipo | Novela |
đ GĂ©neros | Literatura infantil, Aventura, Realismo |
đ Secciones | Novela de aventuras , Novela realista |
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LOS HIJOS DEL CAPITĂN GRANT EN AMĂRICA DEL SUR
CAPĂTULO I. UN TIBURĂN
El 26 de julio de 1864, un hermoso yate, el Duncan, avanzaba a todo vapor por el canal del norte; un fresco viento del noroeste favorecĂa su marcha. En el tope del trinquete flameaba la bandera de Inglaterra y un poco mĂĄs atrĂĄs, sobre el palo mayor, se agitaba un gallardete azul que mostraba una dorada corona ducal y las iniciales E.G.
Lord Glenarvan, uno de los dieciséis pares escoceses de la cåmara alta y el socio mås distinguido del Royal Thames Yacht Club, propietario del Duncan, se hallaba a bordo junto a su joven esposa, lady Elena, y su primo, el mayor Mac Nabbs.
El Duncan realizaba su primer viaje de prueba por las aguas prĂłximas al golfo de Clyde, cuando ya maniobraba para regresar a Glasgow el vigĂa señalĂł un enorme pez que seguĂa el curso del buque. Esta novedad fue comunicada por el capitĂĄn, John Mangles, a lord Edward, quien subiĂł a cubierta en compañĂa de su primo para enterarse mejor de lo que ocurrĂa.
El capitĂĄn opinĂł, ante la sorpresa del lord, que podĂa tratarse de un tiburĂłn, posiblemente de la variedad martillo, que suele aparecer por todos los mares.
Inmediatamente le propuso una original pesca para confirmar su opiniĂłn y disminuir, si lo lograba, el nĂșmero de estos terribles animales.
Lord Glenarvan aceptó la propuesta y mandó avisar a lady Elena que también subió a cubierta ansiosa de ser testigo de aquella extraña pesca.
El mar estaba magnĂfico y fĂĄcilmente se podĂa seguir con la vista los rĂĄpidos movimientos del escualo que con sorprendente vigor se sumergĂa y subĂa a la superficie. El capitĂĄn Mangles dirigĂa la operaciĂłn; los marineros echaron por la borda una lĂnea compuesta por una gruesa cuerda en cuyo extremo ataron fuertemente un gran anzuelo que cebaron con un enorme trozo de tocino. El tiburĂłn, aunque se hallaba a una distancia de casi cincuenta metros, oyĂł el golpe, oliĂł el cebo que se le ofrecĂa y se acercĂł velozmente al yate. Su aleta dorsal aparecĂa sobre la superficie del agua como si fuera una vela, mientras sus otras aletas, negras en su base y cenicientas en la punta, se agitaban violentamente entre las olas y lo hacĂan avanzar en una lĂnea perfectamente recta. A medida que se acercaba al tocino, sus grandes ojos parecĂan inflamados por el deseo, sus mandĂbulas abiertas dejaban ver una cuĂĄdruple hilera de dientes triangulares como los de una sierra. Su ancha cabeza parecĂa un martillo apoyado en el extremo de un mango.
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