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«La Puerta»

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✒ Autor
📖 Paginas10
⏰ Tiempo de leer 20 minutos
💡 Fecha de publicación1887
🌏 Idioma original Francés
📌 Tipo Cuento

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— ¡Ah! — exclamó Karl Massouligny — he aquí una cuestión difícil, ¡la de los maridos complacientes! Desde luego, yo he visto de todos los tipos y no sabría dar una opinión sobre uno únicamente. A menudo he intentado determinar si son en realidad ciegos, clarividentes o débiles. Yo creo que hay de estas tres categorías.
Hagamos un pase rápido sobre los ciegos. Estos en absoluto son serviciales puesto que no saben lo infelices que son, nunca ven más lejos de sus narices. Por otra parte, una cosa curiosa, e interesante de apuntar, es la facilidad de los hombres, e incluso de las mujeres, de todas las mujeres, para dejarse engañar.
Nos sorprenden con las más pequeñas astucias todos los que nos rodean, nuestros niños, nuestros amigos, nuestros criados, nuestros proveedores. La humanidad es crédula y nosotros no gastamos en sospechar, adivinar y desbaratar las destrezas de los otros, ni la décima parte de la sutileza que utilizamos cuando queremos, cuando nos toca engañar a alguien.
Los maridos clarividentes pertenecen a tres razas. Los que tienen interés, un interés económico, ambición, o bien los que su mujer tiene un amante o amantes. Los que quieren, poco más o menos, únicamente salvaguardar las apariencias, y están satisfechos de ello. Los que rabian. Se haría una hermosa novela sobre ellos. En fin, ¡los débiles! los que tienen miedo del escándalo.
Hay también los impotentes, o más bien los fatigados, que huyen del lecho conyugal por temor a un síncope o a una apoplejía y que se resignan con ver a un amigo correr riesgos.
En cuanto a mí, he conocido un marido de una especie bastante rara y que se ha defendido de todo esto de una forma espiritual y rara.
Yo había conocido en París un matrimonio elegante, mundano, muy liberal. La mujer, activa, alta, delgada, muy encorsetada, pasaba por haber tenido aventuras. Me gustó por su espíritu y creo que yo también le gusté. Le hice la corte, una corte a prueba, a la que ella respondió con provocaciones evidentes. Pronto llegamos a las miradas tiernas, las manos cogidas, a todas las pequeñas galanterías que preceden al gran ataque.
Sin embargo, yo dudaba. Creo, en resumen, que la mayor parte de las uniones mundanas, inclusive las muy cortas, no valen el mal que nos producen ni todas las preocupaciones que de ellas pueden resultar. Yo comparaba, pues, mentalmente, los atractivos e inconvenientes que podía esperar y temer cuando creí darme cuenta de que el marido sospechaba de mí y me vigilaba.
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