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«La pequeña Roque»

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✒ Autor
📖 Paginas56
⏰ Tiempo de leer 2 horas
💡 Fecha de publicación1885
🌏 Idioma original Francés
📌 Tipos Cuento , Novela
📌 Géneros Detective, Prosa, Psicológica
📌 Sección Novela psicológica

Leer el libro

El peatón Médéric Rompel, a quien la gente de la región llamaba familiarmente Médéri, salió a la hora de costumbre de la casa de Correos de Roüy-le-Tors. Tras cruzar la pequeña población con su largo paso de soldado veterano, atajó primero por los prados de Villaumes para llegar a orillas del Brindille, que lo llevaba, siguiendo el agua, al pueblo de Carvelin, donde iniciaba el reparto.
Caminaba de prisa, a lo largo del estrecho río que espumeaba, gruñía, hervía y fluía por su lecho de hierbas, bajo una bóveda de sauces. Las grandes piedras que detenían la corriente tenían a su alrededor un anillo de agua, una especie de corbata rematada por un nudo de espuma. En algunos lugares había cascadas de un pie de altura, a menudo invisibles, que hacían, bajo las hojas, bajo los bejucos, bajo un techo de verdor, un gran ruido colérico y suave; más adelante las riberas se ensanchaban, se encontraba un laguito apacible donde nadaban truchas entre toda esa cabellera verde que ondea en el fondo de los arroyos tranquilos.
Médéric seguía su camino, sin ver nada, y sin pensar más que en esto: «Mi primera carta es para los Poivron, luego tengo una para el señor Renardet; conque tengo que atravesar el oquedal.» Su chaqueta azul, ceñida a la cintura por una correa de cuero negro, pasaba con marcha rápida y regular bajo la fila verde de los sauces; y su bastón, una fuerte vara de acebo, avanzaba a su lado al mismo ritmo que sus piernas.
Así pues, salvó el Brindille por un puente que consistía en un solo árbol, lanzado de una orilla a otra, y que tenía por única barandilla una cuerda sostenida por dos estacas clavadas en las riberas.
El oquedal, perteneciente al señor Renardet, alcalde de Carvelin, y el principal propietario del lugar, era una especie de bosque de viejos árboles, enormes, rectos como columnas, y que se extendía en una longitud de media legua, a la orilla izquierda del río, que servía de límite a aquella inmensa bóveda de follaje. A lo largo del agua habían crecido grandes arbustos, caldeados por el sol; pero en el oquedal no se encontraba más que musgo, un musgo espeso, suave y blando, que difundía por el aire estancado un ligero olor a moho y a ramas muertas.
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