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«Historia De Dos Ciudades»

✒ Autor
📖 Paginas433
⏰ Tiempo de leer 14 horas 45 minutos
💡 Fecha de publicación1859
🌏 Idioma original Inglés
📌 Tipo Novela
📌 Géneros romántica, Histórico, Prosa, Psicológica, Realismo, Social
📌 Secciones Romance Histórico , Novela histórica , Novela romántica , Novela psicológica , Novela realista , Novela social

Tabla de contenido

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RESUCITADO1
Capítulo 1. La época1
Capítulo 2. La diligencia5
Capítulo 3. Las sombras de la noche13
Capítulo 4. La preparación20
Capítulo 5. La taberna36
Capítulo 6. El zapatero46
EL HILO DE ORO60
Capítulo 1. Cinco años después60
Capítulo 2. La vista de una causa66
Capítulo 3. Decepción72
Capítulo 4. Enhorabuena84
Capítulo 5. El chacal93
Capítulo 6. Centenares de personas101
Capítulo 7. Monseñor en la ciudad116
Capítulo 8. Monseñor en el campo127
Capítulo 9. La cabeza de la gorgona136
Capítulo 10. Dos promesas152
Capítulo 11. Una conversación de amigos162
Capítulo 12. El caballero delicado168
Capítulo 13. Un sujeto nada delicado177
Capítulo 14. El honrado menestral185
Capítulo 15. Haciendo calceta199
Capítulo 16. Más calceta213
Capítulo 17. Una noche226
Capítulo 18. Nueve días229
Capítulo 19. Una opinión238
Capítulo 20. Una súplica246
Capítulo 21. Pasos que repite el eco251
Capítulo 22. La marea sube todavía267
Capítulo 23. Estalla el incendio274
Capítulo 24. Atraído por la montaña imantada283
EL CURSO DE UNA TORMENTA296
Capítulo 1. En secreto296
Capítulo 2. La piedra de afilar311
Capítulo 3. La sombra319
Capítulo 4. Calma en la tormenta326
Capítulo 5. El aserrador331
Capítulo 6. Triunfo339
Capítulo 7. Llaman a la puerta347
Capítulo 8. Una partida de naipes352
Capítulo 9. Hecho el juego368
Capítulo 10. La substancia de la sombra380
Capítulo 11. Crepúsculo391
Capítulo 12. Tinieblas396
Capítulo 13. Cincuenta y dos404
Capítulo 14. Fin de la calceta417
Capítulo 15. Los pasos se apagan para siempre427

Leer el libro

RESUCITADO

Capítulo 1. La época

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo.
En el trono de Inglaterra había un rey de mandíbula muy desarrollada y una reina de cara corriente; en el trono de Francia había un rey también de gran quijada y una reina de hermoso rostro. En ambos países era más claro que el cristal para los señores del Estado, que las cosas, en general, estaban aseguradas para siempre. Era el año de Nuestro Señor, mil setecientos setenta y cinco. En período tan favorecido como aquél, habían sido concedidas a Inglaterra las revelaciones espirituales. Recientemente la señora Southcott había cumplido el vigésimo quinto aniversario de su aparición sublime en el mundo, que fue anunciada con la antelación debida por un guardia de corps, pronosticando que se hacían preparativos para tragarse a Londres y a Westminster.
Incluso el fantasma de la Callejuela del Gallo había sido definitivamente desterrado, después de rondar por el mundo por espacio de doce años y de revelar sus mensajes a los mortales de la misma forma que los espíritus del año anterior, que acusaron una pobreza extraordinaria de originalidad al revelar los suyos. Los únicos mensajes de orden terrenal que recibieron la corona y el pueblo ingleses, procedían de un congreso de súbditos británicos residentes en América, mensajes que, por raro que parezca, han resultado de mayor importancia para la raza humana que cuantos se recibieran por la mediación de cualquiera de los duendes de la Callejuela del Gallo.
Francia, menos favorecida en asuntos de orden espiritual que su hermana, la del escudo y del tridente, rodaba con extraordinaria suavidad pendiente abajo, fabricando papel moneda y gastándoselo. Bajo la dirección de sus pastores cristianos, se entretenía, además, con distracciones tan humanitarias como sentenciar a un joven a que se le cortaran las manos, se le arrancara la lengua con tenazas y lo quemaran vivo, por el horrendo delito de no haberse arrodillado en el fango un día lluvioso, para rendir el debido acatamiento a una procesión de frailes que pasó ante su vista, aunque a la distancia de cincuenta o sesenta metros. Es muy probable que cuando aquel infeliz fue llevado al suplicio, el leñador Destino hubiera marcado ya, en los bosques de Francia y de Noruega, los añosos árboles que la sierra había de convertir en tablas para construir aquella plataforma movible, provista de su cesta y de su cuchilla, que tan terrible fama había de alcanzar en la Historia. Es también, muy posible que en los rústicos cobertizos de algunos labradores de las tierras inmediatas a París, estuvieran aquel día, resguardadas del mal tiempo, groseras carretas llenas de fango, husmeadas por los cerdos y sirviendo de percha a las aves de corral, que el labriego Muerte había elegido ya para que fueran las carretas de la Revolución. Bien es verdad que si el Leñador y el Labriego trabajaban incesantemente, su labor era silenciosa y ningún oído humano percibía sus quedos pasos, tanto más cuanto que abrigar el temor de que aquellos estuvieran despiertos, habría equivalido a confesarse ateo y traidor.
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