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«The Atheist's Mass» in Spanish

La Misa del ateo

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✒ Author
📖 Pages15
⏰ Reading time 1 hour 15 minutes
💡 Originally published1839
🌏 Original language French
📌 Types Stories , Novels
📌 Genres Psychological, Realism
📌 Sections Psychological novel , Realistic novel

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La Misa del ateo: read the book

Dedicado a su amigo Augusto Borget
Un médico al que debe la ciencia una hermosa teoría fisiológica, y que, joven aun, logró abrirse plaza entre las celebridades de la Escuela de París, centro de luces; al que rinden homenaje todos los médicos de Europa, el doctor Bianchon, ejerció la cirugía antes de dedicarse á la medicina. Sus primeros estudios fueron dirigidos por un gran cirujano francés, por el ilustre Desplein, que pasó para la ciencia con la rapidez de un meteoro. Según confesión de sus enemigos, Desplein se llevó á la tumba su método intransmisible. Como todos los hombres de genio, no tenía descendientes y se lo llevó todo consigo. La gloria de los cirujanos se parece á la de los actores, cuyo talento deja de apreciarse tan pronto como desaparecen, y cuya fama sólo dura lo que su vida. Los actores y los cirujanos, lo mismo que los grandes cantantes y los artistas que centuplican con su ejecución el poder de la música, sólo son héroes del momento. Desplein ofrece un ejemplo de la semejanza que existe entre el destino de estos genios transitorios. Su nombre, tan célebre ayer y tan olvidado hoy, permanecerá dentro de la especialidad á que se dedicó, sin franquear nunca sus límites. Pero ¿no es necesario que concurran circunstancias inauditas para que el nombre de un sabio pase del dominio de la ciencia, al dominio de la historia general de la humanidad? ¿Poseía Desplein esa universalidad de conocimientos que hacen de un hombre el verbo ó la figura de un siglo? Desplein poseía un golpe de vista divino, penetraba la enfermedad y al enfermo con una intuición adquirida ó natural que le permitía no engañarse nunca en los diagnósticos y determinar el momento preciso, la hora el minuto en que era necesario operar, sacando siempre partido de las circunstancias atmosféricas y de las particularidades del temperamento. Para marchar de este modo de acuerdo con la naturaleza ¿habría estudiado acaso la incesante misión de los seres y de las sustancias elementales, contenidas en la atmósfera ó que provee la tierra al hombre que las absorbe y las prepara para sacar de ellas un jugo particular? ¿Procedía, acaso, con ese poder de deducción y analogía a que es debido el genio de Cuvier? Sea de ello lo que fuere es lo cierto que este hombre se había hecho el confidente de la carne y la comprendía lo mismo en su pasado que en su porvenir, basándose en el presente. Pero ¿ha resumido toda la ciencia en su persona como lo hicieron Hipócrates, Galeno y Aristóteles? ¿Condujo toda una escuela hacia nuevos mundos? No. Si es imposible negar á este perpetuo observador de la química humana la antigua ciencia del magismo, es decir, el conocimiento de los principios en fusión las causas de la vida, la vida antes de la vida, lo que ha de ser antes de ser, es preciso confesar, para ser justo que, desgraciadamente, todo en él fue personal; aislado toda su vida por el egoísmo, e1 egoísmo mata hoy su gloria. Su tumba no está provista de la estatua sonora que repite al porvenir los misterios que el genio establece a expensas suyas. Pero sin duda el talento de Desplein era solitario de sus creencias y, por consiguiente, mortal. Para él, la atmósfera terrestre era un saco generador, veía la tierra como un huevo en su cascarón y no pudiendo saber quién era primero en e1 orden de la existencia, si el huevo ó la gallina, no admitió ni lo uno ni lo otro. No creía ni en el animal anterior ni en el espíritu posterior al hombre. Desplein no estaba en la duda, afirmaba. Su ateísmo puro y franco se pareció al de muchos sabios, que son la mejor gente de1 mundo, pero que niegan la existencia de Dios del mismo modo que algunas gentes religiosas niegan la posibilidad de que pueda haber ateos. Esta opinión no tiene nada de particular en un hombre acostumbrado desde sus primeros años á disecar el ser por excelencia, antes, durante y después de la vida, y á escudriñar todos sus órganos sin encontrar en ellos esa alma única, tan necesaria para todas las teorías religiosas. Reconociendo en el hombre un centro cerebral, un centro nervioso y un centro aéreo-sanguíneo, de los cuales, los dos primeros se suplen tan bien uno al otro, que tuvo en los últimos días de su vida la firme convicción de que el sentido del oído no era absolutamente necesario para oír, ni el sentido de la vista absolutamente necesario para ver y que el plexo solar lo reemplazaba sin duda alguna, Desplein se confirmó en su ateísmo con este hecho, á pesar de no tener ninguna relación con Dios. Según se dice, este hombre murió en la impenitencia final en que mueren, desgraciadamente, muchos hermosos genios á los que ojalá Dios quiera perdonar. Empleando la misma frase de sus enemigos, diremos que la vida de este hombre ofrecía muchas pequeñeces, ó mejor dicho, muchos contrasentidos aparentes. Sin conocer nunca los móviles que hacen obrar á ciertos espíritus superiores, los envidiosos ó los necios echan mano inmediatamente de ciertas contradicciones superficiales para hacer un acto de acusación, por el cual les hacen figurar momentáneamente. Si más tarde el éxito corona las combinaciones atacadas poniendo de manifiesto la correlación de los preparativos y de los resultados, siempre subsisten, poco ó mucho, las calumnias que le precedieron. Igualmente, en nuestros días, Napoleón fue condenado por nuestros contemporáneos cuando desplegaba las alas de su águila sobre Inglaterra, y hubiera sido preciso el 1822 para explicar el 1804 y las bateas de Bolonia.
Siendo la gloria y la ciencia de Desplein inatacables, sus enemigos criticaban la rareza de su humor y de su carácter, siendo así que lo que tenía el gran cirujano era sencillamente lo que los ingleses llaman excentricity. Vestido á veces elegantemente, como Crebillon, el trágico, demostraba de pronto una singular indiferencia en su manera de vestir y tan pronto se le veía en coche como á pie. Tan pronto brusco como amable, áspero y avaro en apariencia, pero capaz de ofrecer su fortuna á sus maestros desterrados que le hicieron el honor de aceptarla por algún tiempo, ningún hombre ha inspirado ni ha sido objeto de juicios más contradictorios. Aunque capaz para lograr una condecoración, que los médicos no debieran solicitar con intrigas y de dejar caer en la corte un libro de oraciones de su bolsillo, no dudéis de que en su interior se burlaba de todo y de que sentía un profundo desprecio por los hombres, después de haberlos observado de arriba á abajo y después de haberlos comprendido tal cual son en medio de los actos más solemnes y más mezquinos de la vida. En los grandes hombres, las cualidades suelen guardar proporción. Si, entre esos colosos, existe alguno que tiene más talento que gracia, su gracia es aún mayor que la de aquel de quien se dice únicamente: «Es un hombre muy gracioso». Todo genio supone, necesariamente, un don de segunda vista, una vista moral. Esta vista puede aplicarse á alguna especialidad; pero el que ve la flor puede ver el sol. El que oyó á un diplomático salvado por él: «¿Como está el Emperador?» y le respondió: «El cortesano vuelve, el hombre sabrá abrirse paso», éste no es solamente cirujano ó médico, sino que es también prodigiosamente ocurrente. Así pues, el observador paciente y asiduo de la humanidad legitimará las exorbitantes pretensiones de Desplein y le creerá, como se creía él mismo, apto para ser tan buen ministro como buen médico.
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